De pie en un escenario iluminado por brillantes candelabros, ante una audiencia de celebridades de la élite rusa, una ruda imitación de Conchita Wurst canta al son de “I Will Survive”. De repente lanza un saludo hitleriano. La cámara recorre el público: los hombres, la mayoría bronceados, en traje de corte estrecho, sonríen con alegría incontenida. Las enjoyadas mujeres de apretados vestidos, sonríen complacidas. Todo el mundo asiente y aplaude.
“Te amo, Rusia,” entona en inglés la barbuda parodia al final de su número. “Rusia, soy tuya”, añade en ruso.
Siete días más de esto, me digo, mientras me arrastro hacia el minibar.