Aunque la gravedad jugó un papel fundamental a la hora de distribuir los elementos químicos en el interior de la Tierra, su distribución en el interior del planeta acabó dependiendo de la densidad de los compuestos químicos que producían al reaccionar con los demás, no de su densidad propia propia. De ahí que muchos elementos más densos que el hierro, como el plomo o el uranio, no acabaran siendo arrastrados hacia el núcleo del planeta.
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