[…] Aquella supuesta infección iba y venía cada pocas semanas. Con los años comenzaron los dolores de articulaciones, la debilidad muscular y finalmente la parálisis de las piernas, que la confinó a una silla de ruedas. Más tarde llegaron los desvanecimientos, las ausencias y los ataques convulsivos, cada vez más intensos y frecuentes. O’Sullivan le dio la respuesta. Tremenda. Sus convulsiones, sus dolores insoportables, su parálisis estaban provocados por su propia mente.
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