Ser padre de una criatura autista es siempre tarea difícil. Cuesta entender lo que sucede en la cabeza del niño. Cuesta interpretar sus comportamientos repetitivos, sus dificultades para relacionarse, su falta de empatía. La comunicación se hace complicada, el niño parece vivir desconectado del mundo, ausente de sí mismo. Y a menudo la solución para vencer esa barrera no pasa por la insistencia, ni por la coerción de esas manías que consideramos extrañas, sino por la búsqueda de nuevos ángulos, nuevos modos de relacionarse.
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