Cuando a una mujer de los míos se la ataca, empiezo a colocar enfrente a tutiplén carteles de «señoro»; pero yo puedo vejar a una marquesa porque esa condición invisibiliza su sexo. De igual modo, puedo coger el altavoz para hablar de salud mental en televisión y, en un receso, tachar a la presidenta de una Comunidad de enferma mental cuantas veces crea conveniente. Y el mismo día que hago campaña en favor del respeto a los cuerpos no normativos puede decir que el alcalde que no me gusta es un enano.
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