En los videojuegos,plantear una encrucijada a nivel ético para que sea el jugador quien la resuelva está muy bien, en principio parece que favorece la inmersión, que nos concede un grado de agencia y de protagonismo mayor que si, simplemente, nos dedicamos a recorrer las pautas marcadas de una aventura lineal e inamovible. Pero todo esto tiene un problema de base, y es que esa encrucijada, ese conflicto, se ha gestado en el relativismo moral de las personas que han escrito y diseñado el juego.
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