El contrato social dice más o menos así. Naces. Te embarcas en un viaje del que no tienes un control, eres depositado en estaciones sin nombre y se te exige obediencia constante, hasta que desembocas en un trabajo que detestas, que te obliga a estar encadenado cuarenta horas semanales sin un propósito concreto. [...] Y al final de todo, acabas golpeando unas pelotas en un asilo con unas baquetas que han usado antes que tú otros viejos que han muerto ya.
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