Hay dos Españas, al menos en lo arquitectónico, cuando hablamos de pueblos. Una se viste de piedra, que asociamos tradicionalmente a la zona norte de España o, cuanto menos, en la submeseta norte. La otra España, la más meridional, encala sus pueblos de blanco. Una dicotomía arquitectónica que contrasta dos paisajes bien diferenciados y que nos hace pensar que históricamente la arquitectura y el diseño siempre fue así. Sin embargo, que los edificios de España presuman de piedra no es ni mucho menos una tradición.
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