El vacío siempre llegaba con el orgasmo. Entonces me sentía estúpidamente impelido a animar a la desconocida a quedarse a dormir; quizás incluso abrazándola para acompañarla en un sueño que para mi era imposible. Me sorprendía lo rápido que ellas entraban en el mundo de los sueños, con frecuencia emitiendo pequeños e irritantes ronquidos. Aquella noche al orgasmo aún le quedaba tiempo para llegar, y yo todavía agarraba con firmeza el cuello de una chica que tenía las mejillas sonrojadas y gemía aparatosamente...
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