La escritura va de la vida. La novela va de la vida. La moral va de la vida. Pero la lectura no siempre va de la vida, tampoco la crítica. En ocasiones, el peso del formalismo resulta tan excesivo a la hora de descifrar la obra, que ahoga el pálpito original de la expresión literaria, y también su extensión, su impacto en la subjetividad de sus lectores. Y así es como se prioriza resaltar el mecanismo de la obra, la audacia del escritor, su inserción inmediata en el glorioso panteón de los ingeniosos manipuladores de la sintaxis o la estructura
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