Por mucho que se empeñen los salvadores de almas, todo indica que la homosexualidad no tiene cura. Que se lo digan a John Smid, que dedicó media vida a que los gays volvieran al redil de la heterosexualidad, y terminó casándose con un señor igualito a él. Pero no nos lamentemos aún por este tropiezo: puede que el homosexualismo sea incurable, pero al menos sabemos que la homofobia tiene remedio. ¡Albricias!
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