Solo la Medusa podía tener esa fiereza en la mirada. Así eran sus ojos sobre la pantalla, el reto definitivo de quien ya no espera nada. Norma Desmond baja la escalera como si estuviera subiéndola camino de la gloria. El mundo la espera petrificado. Y ella ejecuta su coreografía con parsimonia. Pero Billy Wilder ha conjurado su hechizo con el objetivo de la cámara. Ha reflejado la miseria de la estrella que un día fue grande: el pestañeo imposible, las manos crispadas, el cabello ensortijado. Como una gorgona cinematográfica.
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