Un amigo mío, poeta respetado aunque de perfil discreto desde su ciudad de provincias, sufre una enfermedad rara. Tan rara, que lleva ya un par de años con ella a cuestas y los neurólogos todavía no han sido capaces de diagnosticarla. El caso es que, un buen día, lo ingresaron en un hospital y de allí salió en silla de ruedas y con un abultado equipaje de limitaciones para la vida cotidiana.
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